Los integrantes de Teatro Estudio Lebrijano estrenaron Oratorio sin imaginar las dimensiones que esta obra adquiriría con el transcurrir de los años.

Los textos de Alfonso Jiménez Romero contenían ideas profundas y ancestralmente arraigadas en el ser humano. La tarea que realizó una compañía de estudiantes y trabajadores de forma colectiva fue transmitir esas ideas a un público poco o nada familiarizado con el teatro. Descompusieron toda la estructura narrativa de la obra, extrajeron de las oraciones originales los  aspectos más reivindicativos, llegando así al espectador del momento. Todo ello revestido de una personal liturgia, acompañada de cante flamenco, que aportaba al montaje un profundo lamento, que potenciaba la escena. El resultado fue un trabajo único por parte de la compañía de Lebrija.

Estos aspectos no pasaron inadvertidos a la crítica, que lo reflejaba de este modo:

El Oratorio lebrijano no admite un análisis teatral al uso. Es un espectáculo primitivo de fuerza incontenible,  de tremenda belleza, de honda sinceridad; como un espejo en el que la humanidad entera debiera verse –incluso nuestra propia sociedad española- para cubrirse después la cabeza de ceniza. Aunque esto último, por desgracia no creo que ocurra. (Elías Gómez Picazo. “Festival internacional: oratorio, teatro Lebrijano”, Madrid, 18 de octubre, 1971).

Oratorio ponía en escena a veinte actores entre hombres y mujeres sin resaltar individualidades, en una obra que, ante todo fue un alegato pacifista, contra la violencia y los países que sacrifican  a sus habitantes en guerras cruentas.

Cuando Oratorio se estrenó en el Festival de teatro de Nancy constituyó un rotundo éxito. La crítica no dejó de resaltar la relación con Apocalipsis cum figuris, de  Grotowski, así como los rituales del cuerpo, con su potencial violento, del “teatro de la crueldad” que propugnaba Artaud.