La irrupción de Medea en los escenarios en 1980 levantó alabanzas tanto de crítica como de público, y esa fue la tónica en todas las funciones que representó y en todos los festivales en los que participó.

Tras  nueve meses de ensayo, Medea, rito y ceremonia de una leyenda inmortal era un espectáculo en clave de pantomima, prácticamente sin texto. Realizado a partir de conceptos de Lindsay Kemp. La danza y la música  (que mezclaba music-hall, gregoriano, ópera y flamenco)  resaltaban la sensualidad del montaje.  El espectáculo se podría definir como teatro de alta calidad expresiva y un tratamiento estético muy depurado.

Sin duda, uno de los aspectos que más llamó la atención del público fue la estética del montaje, y así lo destacó la crítica:

En el escenario, ocho hombres que encarnan los personajes masculinos y femeninos- ofrecen una ceremonia litúrgica y erótica sobre la historia de un amor fatal, en la que se mantiene el ritual de la tragedia clásica y se incorpora, entremezclándose, el refinamiento de la cultura gay con un dominio de los cuerpos  desnudos, los bordados sacerdotales y profanos, las gasas, la pintura en los rostros y el cuerpo y los adornos en oro, plata y brillantes. (“Estreno de Rito y ceremonia sobre una leyenda inmortal, de J. Morillo”, El País, 6 de junio,1980)

En definitiva, resultó una obra con un concepto rompedor y un montaje difícil de olvidar, que resumía Miguel Ángel Brunet en las siguientes palabras:

Si usted no ha visto esta Medea eso que se ha perdido. Y si la ha visto, tarde en ver otra, para que no se le vaya del pensamiento esta que acaba de ver. (Miguel Ángel Brunet, 1 de mayo de 1981).